Movimiento Slow: haz menos, lentamente
Hemos hablado de las Ciudades
Lentas (cittaSlow) y de la Comida
Lenta (Slow Food) pero nos faltaba
adentrarnos en el concepto.
La principal intención del movimiento
Slow es mostrarnos la posibilidad de
llevar una vida plena y desacelerada, haciendo que cada individuo pueda
controlar y adueñarse de su existencia.
En propias palabras del movimiento Slow, en
la actualidad el individuo moderno vive sumido en una particular carrera de
obstáculos en la que controlar el cronómetro hasta la milésima determina
nuestra existencia. La desconexión del medio natural y su tempo, ligado a las
estaciones y demás factores que escapan a nuestro control, parece un espejismo
en las sociedades occidentales de hoy en día. Las ciudades se vuelven anónimas
y levitamos, sumidos en nuestro peculiar universo de intereses. La prisa es el
motor de todas nuestras acciones y envuelve nuestra vida acelerándola,
economizando cada segundo, rindiendo culto a una velocidad que no nos hace ser
mejores.
El movimiento Slow no pretende abatir los cimientos
de lo construido hasta la fecha. Su intención es iluminar la posibilidad de
llevar una vida más plena y desacelerada, haciendo que cada individuo pueda
controlar y adueñarse de su propio periplo vital. La clave reside en un juicio
acertado de la marcha adecuada para cada momento de la carrera diaria. Se debe
poder correr cuando las circunstancias apremian y soportar el temido estrés que
en demasiadas ocasiones nos embarga; pero a la vez saber detenerse y disfrutar
de un presente prolongado que en demasiados casos queda sepultado por las
obligaciones del futuro más inmediato.
El movimiento Slow tiene su inicio en la Plaza de
España en Roma (Italia) en 1986 y es fruto de cierta actitud contestataria por
parte del periodista Carlo Petrini cuando
se topó con la apertura de un restaurante Mc Donalds en
este enclave histórico de la capital italiana. Consideró que se estaban
traspasando los límites de lo aceptable y predijo los peligros que se cernían
sobre los hábitos alimentarios de los europeos, empeñados en imitar los
dictados del otro lado del Atlántico. La respuesta no se hizo esperar,
fundándose la semilla del movimiento Slow Food.
Hay que distinguir entre ser lento
y ser perezoso, y este movimiento propugna trabajar para vivir, no al contrario
Carl
Honoré, autor del libro Elogio de la lentitud, es uno de los teóricos de este
movimiento mundial que promueve un ritmo sosegado hasta en las actividades más
cotidianas del ser humano. Para este periodista canadiense con residencia en
Londres, una vida rápida es una vida superficial, de ahí que la lentitud no
tenga nada que ver con la ineficacia, sino con el equilibrio.
El movimiento Slow no está organizado ni controlado por una organización como tal. Una característica importante de este movimiento es que se propone y su inercia se mantiene por individuos que constituyen la comunidad global Slow, comunidad que tiende a expandirse. Aunque ha existido bajo diversas formas y manifestaciones desde la Revolución industrial, su popularidad ha crecido considerablemente desde que se estableció en Europa Slow Food y Cittaslow, al tiempo que otras iniciativas Slow se extendían por Australia y Japón.
Vivimos como si los recursos
fueran infinitos
Según dicen
sus teóricos, vivimos como si no hubiera mañana, como si los recursos naturales
fueran infinitos, y sabemos que no lo son. Hay bastantes elementos en la vida
moderna que combinados con la rapidez nos empujan directamente a la
superficialidad.
Casi una década después, en los noventa, ese combate contra la tiranía de
las prisas y a favor de una cultura de la tranquilidad, ha llevado a las
distintas manifestaciones Slow que
conocemos y otras que irán surgiendo.
Las ciudades, la comida, e incluso
el turismo, son espacios vitales en los que sin renunciar
a la tecnología, podemos mejorar nuestras experiencias simplemente olvidándonos
un rato del reloj.
Comentarios
Publicar un comentario